Demócrito de Abdera

En una conferencia en la que exponía las múltiples ventajas que el don de la ceguera aportaba al escritor, Jorge Luis Borges recordaba que «Demócrito de Abdera se arrancó los ojos en un jardín para que el espectáculo de la realidad exterior no lo distrajera». En este contexto, si ese Demócrito que nos conduce al jardín, es decir, hacia el lugar en el que la mitología cristiana situaba el paraíso, resulta ser, o puede convertirse, en adalid de una utopía molesta para determinadas fuerzas políticas, debe ser porque el paraíso que ofrece es falso o porque el jardín en el que se encuentra, no es más que un obstáculo que impide el acceso al verdadero paraíso.

Para los que quieren librarse del espectáculo de la realidad exterior, que el habitante del jardín privilegiadamente simboliza, el medio más radical y eficaz es la destrucción de la vía por la que el exterior quiere penetrar hacia el interior. Y para ello, nada mejor que arrancarle los ojos, una vez comprobado que Demócrito no piensa mutilarse. Así, una vez suprimida la puerta por la que pretendía entrar desde el mundo externo, las fuerzas políticas internas pueden dirigir su atención al auténtico paraíso sin que nadie les moleste.

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Demócrito de Abdera puede ya quedarse en su realidad exterior y hundirse en sus reflexiones, como Jorge Luis Borges pudo entregarse a enlazar imágenes e ideas recogidas en palabras, pues lo aciago e injusto que tiene es que ya da poco de sí. El tiempo juega en su contra. Y, a la vez, las imágenes y los sonidos, las formas y los colores que se ofrecen, una tras otra, el ciudadano, pasivamente las contempla y piensa con hastío en lo poco que para él ahora significan.

En consecuencia, y mientras tanto, las fuerzas políticas internas, suprimido el astuto electo líder y sin que el espectáculo del jardín exterior les distraiga, pueden dedicarse por entero a desarrollar el fascinante proceso que transcurre en su paraíso interior. Un paraíso lleno de imágenes mentales y tan densamente cargado de sentidos que, por mucho que uno los recorra fascinado, nunca llega a aprehender más que una mínima parte de sus riquezas insondables.

Quizá la tragedia de Demócrito en su ceguera, haya sido creerse lo que expresa, y con ello desmentirse. Y, tal vez por eso, lo que probablemente va a conseguir a cambio, no es, desde luego, lo que buscaba. Sin saberlo…

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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