Tempus fugit

Nos es muy frecuente escribir sobre sensaciones, aunque la vida sea casi un sinfín de sobresaltos, impresiones y emociones. Digo esto porque, desde que he comenzado el año, no sé qué me sucede con el tiempo que se me otorga cada día, pero es como si un duende me lo robara. El caso es que no paro en toda la jornada y, sin embargo, cuando llega el momento de echarme en brazos de Morfeo, tengo la sensación de que no he hecho todo aquello que me debería proporcionar más satisfacción: leer, escribir, ir al cine, asistir a alguna conferencia, visitar una exposición, acudir a un concierto o personarme en el teatro, cuando alguna obra aterriza en la ciudad, y realizar las actividades físicas diarias propias de un jubilado. Y es que, ahora, a tanto ya no llego

Quizá sea porque, a partir de una determinada edad, la percepción del tiempo nos cambia según las actividades que realicemos. O bien porque, al estar en un momento de mudanza de ciclo, miro con añoranza aquello que he vivido y, por eso, me quejo de que el tiempo se encoge y las cosas no sean tal como fueron. Sea lo que sea, y a pesar de ser consciente de que el mundo evoluciona, todavía sigo creyendo que hay hechos que no deberían cambiar nunca: la honradez en el desempeño del trabajo, la consideración que debemos a los demás, el escrupuloso sentido de la ética, la solidaridad etc. Seguramente todo eso sigue existiendo, pero se revisten con otras formas a como las he vivido y…, entonces, me ocurre como con el tiempo, que se me escapan o yo no las veo. Intento entenderlo, pero mis parámetros son diferentes y esto, probablemente, me condiciona a la hora de analizar correctamente la situación actual de la sociedad, de la cultura y de nuestra propia civilización en esta etapa, en este proceso y en este momento. Y, en consecuencia, llego a una conclusión que entiendo que, tal vez, es incorrecta: todo es una fantástica engañifa. Y en esta mentira y enredo incluyo hasta la propia existencia. Pues, la vida, casi sin darme cuenta, se me va convirtiendo en la ficción de una realidad que ya no existe. Y es que se da la paradoja de que la vida, a la vez, lo es todo y no es nada. Quizá, porque nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad. O, tal vez, porque esa eternidad definida como una perpetuidad sin principio, sucesión, ni fin, sea la que Aristóteles definía como «el tiempo que perdura siempre».

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Y opino esto porque, teniendo los años que tengo, vivo entre el fuego cruzado de una generación que deja de saber todo sobre un mundo que ya no abarca ni entiende totalmente y otra, que empieza a estar al corriente sobre una sociedad cuyo espacio, del todo, aún no comprende. Y es que, con tanto y rapidísimo avance tecnológico, llegar a cierta edad no es nada fácil. Posiblemente porque el mundo que me rodea y yo tememos que el tiempo se acelere, pase corriendo, y que mi vida se vaya con él. Indico esto, porque entre que nos conformamos con lo que hacemos y se supone que es lo que tenemos que hacer y que dejamos que el transcurso del tiempo ponga todo en su lugar, se nos escapa la existencia. No obstante, sospecho que los caminos que llegan a esta conclusión son particulares y cada uno los transita a su manera. En todo caso cabría preguntarse: ¿cuál sería la vida que, con sus circunstancias, realmente tendría sentido para mí, para ti, para cada uno en esta etapa, en este tiempo? Si lo descubres, amigo lector, a trazar caminos, ya que el tiempo hay que aprovecharlo, pues es lo único que no tenemos.

Con relativa frecuencia, me gusta irme al pasado porque me permite ver mejor el presente. Es la manera con la que he conseguido entender que cada día que pasa no es no es un día más, sino un día menos. De este modo y con esta actitud logro valorar mejor lo que realmente importa. Y darme cuenta de que he llegado a una edad en la que escoger bien el propio tiempo, es ganar tiempo. Porque luego, para nada tendré un minuto, ni un segundo, ni un momento… El tiempo no es sino el espacio que hay entre nuestros recuerdos y el mañana es sólo un adverbio de tiempo. ¡Quién pudiera vivir en ese universo espejo, del que nos hablan algunos científicos, en el que el tiempo fluye hacia atrás…! ¡Y quién sabe si aún estoy a tiempo de pensar el tiempo! Ese tiempo que acaso cabría definir como un espejo móvil de la eternidad. A lo mejor, yo veo el tiempo como lo veo porque desde pequeño me enseñaron a callar, para dejar hablar al tiempo. Silencio. Tempus fugit.

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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