El instante

Nuestra sociedad es cada vez más agresiva. Vivimos y quemamos más rápidamente las etapas de nuestra vida. Y, quizá por ello, somos cada día más proclives, y más que nunca, a la tristeza en este recién comenzado siglo XXI. Globalmente, vivimos en una sociedad desmoralizada, donde arraiga y habita lo inmoral y negativo, más que lo auténtico y positivo. Y, obviamente, a mi entender, ni la medicina ni los fármacos tienen solución para esto.

Aquella propuesta de vida con la que nos arengaban nuestros mayores, asentada en un guión cuyo contenido era los afectos del cariño, la sincera amistad, la formación educativa y el esfuerzo del trabajo, ha desaparecido de nuestra sociedad. Ahora lo que prima es el instante, aprovechando al máximo los escenarios y estados de satisfacción que nos vayamos encontrando. Estamos en la cultura del momento, de la imagen, porque lo que cuenta es lo que se ve, aunque solo sea fachada y falte contenido, y no importa lo que no se ve.

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Todo ello es debido a que se han derrumbado los valores que a tantas generaciones sirvieron. Faltan unos patrones de identidad íntegros, justos y benéficos, de vidas razonables y racionales que sirvan para que los jóvenes y, menos jóvenes, se fijen en ellos. Nos faltan dirigentes en la sociedad actual, ya que los políticos están desacreditados y estigmatizados, no exclusivamente por los casos de corrupción que vamos conociendo, que también; sino porque no hay ni aparecen auténticas figuras nacionales ni internacionales capaces de ser respetadas y admiradas, y los líderes mediáticos no poseen ni forma ni fondo.

Tal vez, esta sea la razón por la que nuestra sociedad ha retrocedido y se ha tornado más conflictiva y agresiva que hace unas décadas. Y, al mismo tiempo, va también siendo más pesimista y vulnerable. Posiblemente, estamos más abatidos y amargados porque nos consideramos forzados a conseguir grandes beneficios y la perfección, tanto en el terreno profesional y sentimental, como en el económico. Y eso no es posible, porque, en el fondo, poseemos mucha más información, pero mucha menos formación humana.

Nos dejó dicho el matemático y poeta persa Omar Jayyam, en su poemario Rubaiyat, lo siguiente: «¿Temes lo que puede traerte el mañana? / No te adhieras a nada, no interrogues a los libros ni a tu prójimo. / Ten confianza; de otro modo, el infortunio no dejará de justificar tus aprehensiones. / No te preocupes por el ayer: ha pasado… / No te angusties por el mañana: aún no llega… / Vive, pues, sin nostalgia ni esperanza: tu única posesión es el instante».

Parece ser que en ello estamos. Quizá, porque cada vida humana es improbable y única. Posiblemente, porque cada una es un misterio. Y tal vez, porque al final de la vida, cuando nos enfrentamos a la muerte, volvemos al principio y no somos más que unos seres desvalidos, desnudos y solos. Pero no, no todo es un instante. La vida tiene un precio, un valor, y solamente hay que saber cuál es.

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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