Ciencia y progreso tecnológico

Desde los albores de la humanidad, nuestra especie, como norma de conducta, se ha dedicado afanosamente a reemplazar cualquier situación dada por otra que ha juzgado más eficaz, útil y conveniente. En este contexto, ¿es irremediable la digitalización de la humanidad? ¿Estamos todavía a tiempo de escoger otro rumbo u otro sistema? Actualmente, el ser humano considera haber hallado en la tecnología digital la herramienta necesaria para acrecentar, casi sin límite, su poder y bienestar. No obstante, convendría ser cautos, pues la criatura que estamos creando, quizá algún día inquiete y hasta nos desafíe con ocupar nuestro lugar.

Hoy en día, poseemos ya el utillaje e instrumentos necesarios para escoger casi cualquier futuro. Desde el primer momento la tecnología digital nos cautivó. Una tecnología que comenzó a finales de la década de 1950 y se consolidó en los años setenta, y que llegaba, fundamentalmente, para mejorar la vida del ser humano a partir de diferentes herramientas y recursos científicos. Desde entonces, nuestra capacidad creativa no ha parado de sorprendernos con logros impensables en cualquier campo de la ciencia. Quizá por eso, la idea de futuro es cada día más difícil de establecer y el antiguo «futuro» se ha trasformado en el presente «hoy» con la continua e innovadora revolución que la ciencia, a través de la tecnología, pone diariamente al servicio del ser humano.

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En este sentido, un día no muy lejano, una pastilla ingerida atravesando nuestro tubo digestivo, logrará descubrir cualquier indicio de cáncer. También podremos saber cuándo nuestro cerebro permanece activo y cuándo se desconecta. Asimismo, las prótesis que proporcionan a las personas sin extremidades la facultad de efectuar actividades que nunca antes habrían podido hacer, es ya un hecho. Igualmente, vehículos autónomos, dispositivos y sensores para hacernos la vida más fácil, drones repartidores o robots en el supermercado son previsiones más que optimistas. De la misma forma, no tardando mucho veremos también trajes exoesqueletos que facilitarán a la gente destrezas sobrehumanas. Todos estos serán algunos de los ingenios del futuro. Y, además, dispondremos de unos dispositivos que nos monitorizarán para detectar anomalías, observar, vigilar y controlar, constantemente, nuestros signos vitales: la tensión, la temperatura, el pulso, la calidad del sueño… Pero, toda esa información tiene un riesgo, el de unos datos que compartimos y que van dejando tras sí determinados vestigios y marcas que no se borrarán nunca. Y ese es un gran problema, pues el rastro digital jamás se extingue, ya que el ciberespacio no descansa nunca. Esta ingeniería tecnológica es la puerta de entrada a un mundo casi desconocido todavía, en el que unos secretos algoritmos generarán específicos y precisos programas, previamente establecidos, que satisfarán todos nuestros deseos, sueños y ambiciones. Y es que la tecnología, al servicio de la ciencia, adivinará hasta nuestros más íntimos anhelos.

En este marco científico tecnológico, convendría preguntarnos ¿dónde se encuentra el límite a tanta medición? ¿Se puede reducir y condensar el misterio de la vida en una combinación de cifras? En un presente futuro, la frontera será todavía más difusa… Interesaría que, sin renunciar a los efectivos avances experimentados, fuésemos críticos con las máquinas, ya que corremos el riesgo de convertirnos en una sociedad totalitaria y orwelliana. Una sociedad que probablemente ya existe, pues resulta evidente que el «Gran hermano» ya está aquí, cohabita y está presente entre nosotros, y ha llegado para quedarse.

Y es que, extrayendo de la experiencia la cotidiana realidad, la percepción que se presenta a nuestra especie sobre el porvenir humano, es más bien pesimista. Ya que, de hecho, no obramos ahora mejor que antes. Pues, si bien se ha vuelto más complejo el cerebro tecnológico, no ha progresado nada o muy escasamente nuestra condición y naturaleza emocional. Y, en consecuencia, corremos el riesgo de la aparición, en nuestra tecnológica y sofisticada humanidad, de una nueva eugenesia que nos lleve, en última instancia, a violaciones de los derechos humanos. Porque, a pesar de los avances, como antes y como siempre, seguimos siendo primitivos, con comportamientos atávicos y rehenes del miedo.

Cada día más, avanzamos y vamos viviendo en una sociedad intensamente dependiente de la ciencia y la tecnología y, sin embargo, casi ninguno de los usuarios sabemos nada o poseemos muy escasos conocimientos de estos temas. No sé si este hecho establece la fórmula más eficaz y segura para dirigirnos hacia el desastre. Tal vez, tuviera razón el ensayista y novelista inglés Aldous Huxley, cuando nos decía que «el progreso tecnológico sólo nos ha provisto de medios más eficientes para ir hacia atrás».

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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