Palabras, solo palabras

Las palabras son unidades lingüísticas dotadas de forma y significado. No transmiten un argumento: antes bien, describen muchos por sí mismas. Y es que las palabras son las herramientas que dan fortaleza y estabilidad al sistema del lenguaje. Pero, de igual forma, pueden convertirse, y de hecho así ocurre, en el arma mortal que lo derribe. Sobre todo, en una época como la actual en la que los ciudadanos más jóvenes se han visto fortalecidos para hablar como quieran y a quien quieran sin licencias, concesiones ni permisos.

Y es que hay palabras que semejan vivir en otro mundo. Uno distante y alejado del tiempo cotidiano al que han llegado cargadas de matices y de modas. Son como escaparates sin cristales, sin marcos ni maniquíes. Unas letras, un espacio nada más en la expresión y habla de un idioma. Un agujero en la secreta intimidad de una frase. Son vocablos que han surgido en las redes sociales, en los medios de comunicación y que circulan por las calles de ciudades y de pueblos sin saber muy bien por qué ni desde cuándo. Palabras que precisan, resuelven y explican bien el no-lenguaje. Eso ocurre ahora con algunas como random, mainstream, crush o stalkear, por citar varias del glosario de vocablos, voces o expresiones que utilizan los millennials. Y es que cada generación tiene su jerga y ellos, adaptan y otorgan nuevos significados a palabras reales o inventadas.

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Las palabras están hechas de polvo de galaxias, de fuego eterno, de hierro duro. No tienen destino ni caducidad, porque no dependen ni del espacio ni del tiempo. El mismo universo está lleno de palabras que suenan como un tintineo de campanas, en ese concierto sinfónico sin  partitura definida. Y es que las palabras son la clave de todo, son la configuración acústica de las ideas, tienen música dentro y con ellas se labra el aire. Y, a pesar de todo ello, hay palabras que mueren, que se oxidan o que se deprecian a fuerza de utilizarlas en vano. Sobre todo si se usan fuera de contexto. Tal vez por eso, cada vez que escribo, escojo aquellas que considero que se ajustan más al concepto que quiero expresar, aunque no siempre lo consigo.

Las palabras son la clave de todo, son la configuración acústica de las ideas, tienen música dentro y con ellas se labra el aire.

Juan Antonio Valero

No existen evidencias concretas que indiquen cómo, por qué, cuándo y dónde el Homo Sapiens comenzó a utilizar un lenguaje. Aunque sí hay teorías que sitúan el origen de su andadura hace unos 50.000 años, en algún rincón de África, con varias palabras sueltas. Desde entonces, el lenguaje ha ido evolucionando, adaptándose y creciendo a medida que creamos las palabras. Y, de hecho, es asombroso el notable torrente de palabras que hoy en día, desde la mañana a la noche, vertimos las personas formando una tejida selva, compleja y enmarañada en la que uno debe despejar el camino a machetazos para no perecer asfixiado. Pues, las palabras, son vibraciones del aire que se originan en diversas partes del cuerpo de quien las pronuncia y, a veces, nos ahogan.

Las palabras son como los seres vivos: nacen, se reproducen, mueren y algunas hasta resucitan. Es decir, no llegan a nuestra lengua completamente formadas ni en su estado final. A este respecto, hay palabras que me enseñaron en la escuela, como almiar, várgano o beldad, que hoy día están obsoletas porque apenas nos sirven para nada. Otras, se acumulan en forma de sedimentos y de pronto un movimiento modernista las vuelve a situar nuevamente en candelero: eso ocurre ahora con algunas como procrastinar o resiliencia, por citar algún ejemplo. Hay, también, palabras que se encierran en sí mismas, retroceden o se niegan, porque poseen excesivo significado para nuestros oídos, cansados de palabras. Y, algunas otras, a las que yo llamo las fantasmas, son los duendes de un indeleble y sutil lirismo que, sin leerse, circulan entre líneas y poseen vida propia. Son esos silencios que aparecen de vez en cuando en mis escritos. Unos silencios que están llenos de mensajes y en los que busco los matices de todas las noches de un día. Con ellos, persigo y voy al encuentro de esas figuras literarias que vengan a llenar el vacío de las palabras, aunque tampoco siempre lo consigo. Quizá, porque conforme avanzan los años, la vida de uno se va convirtiendo, también, en un montón de palabras desfasadas. Y es que la vida no deja de ser más que la ficción de una realidad que articula el pensamiento a través de las palabras.

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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