Diáspora y Cataluña: dificultad similar, vía distinta
Con la ley en la mano, el Gobierno de España no puede autorizar un referéndum catalán. Vale. Tampoco la Generalitat puede aprobar leyes incompatibles con el ordenamiento jurídico que la legitima. Bueno, lo hemos entendido hace meses. ¿Se cierra en este punto la vía? Sí, la de algunos: la del PP, que no ve más allá de la mera represión, y la de los separatistas, que apuestan por la mayor confrontación.
Llevamos meses quejándonos del espacio que ocupa el tema catalán, sin ser realmente capaces de mirar más allá de estas dos posiciones antagónicas y destinadas al estéril enfrentamiento. ¿Se ha producido un verdadero debate público sobre al menos una tercera opción? ¿Nos hemos adentrado seriamente en al menos una alternativa?
Existe la posibilidad de reforma constitucional. Precisa de una mayoría que supere los ratios habituales y que vuelva a normalizar la negociación y el consenso (dos conceptos que, mal que le pese a sus detractores, sí supo activar el presidente Zapatero con éxito). En definitiva, la vía de la solución obliga a tener paciencia y moderación. Sobretodo, exige horas de reflexión, dedicación y trabajo más complejo de lo que supone enseñar una impresora al adversario, hacer un discurso sobre buenos y malos españoles, dar un mitin mencionando a Superman y Batman, tuitear cartas de diputados daneses a los que se presta más atención que a la mitad del propio Parlament. Hablamos de virtudes difíciles de encontrar en perfiles impacientes e intransigentes, así como en individuos inmaduros.
En una situación algo similar nos encontramos los españoles en el exterior, con un gran matiz. Desde el año 2006, las organizaciones políticas de la diáspora hemos concretizado nuestra aspiración a ver creadas circunscripciones electorales exteriores para las elecciones generales. Pero la actual Carta Magna define la provincia como circunscripción electoral. Frente a tal muro, en ningún momento se ha exigido lo imposible o un camino fuera de la ley. Al contrario, el PSOE Europa trabajó durante la década del 2004 al 2014 preparando el terreno dentro del PSOE, en cada congreso, conferencia y Comité Federal, procurando encarrilar la idea dentro de la propuesta de reforma constitucional. A partir de allí, en una hipotética adaptación del párrafo constitucional, todavía iba a tocar reformar la Ley electoral, adaptar los decretos y redactar nuevas órdenes. En definitiva, incluso en línea recta, sabíamos que el camino iba a ser largo, probablemente superando nuestro propio tiempo político y las naturales aspiraciones individuales, que son lógicas.
Al revés, si se antepone la ambición personal a lo institucionalmente posible, si para satisfacer intereses particulares se intenta correr y acortar el camino pasando por el campo, lo más probable es una brutal salida de carretera entrando en el terreno de la inestabilidad, el daño al vehículo y la asegurada falta de resultado como conductor. Eso sí, es entendible que la intransigencia de unos se incremente por desesperación, cuando quien ocupa el sillón del interlocutor a nivel estatal tiene por incendiaria estrategia el «no haré nada» (dígase también «ignoraré», «despreciaré»).
Todo se puede cambiar y reformar. Pero la norma es la siguiente: se va de la ley a la ley, pasando por la ley. Si lo hemos entendido los portavoces políticos de los residentes en el exterior al aceptar la larga vía de la reforma constitucional, lo pueden entender los representantes del 48% de los catalanes que hoy intentan imponer su opinión a la mayoría. Se va de carretera en carretera pasando por carretera y respetando las señales.
Nos están faltando políticos capaces de abrirse a vías distintas a la única que han defendido con obsesión e interés personal, en ambos bandos testarudos. Si ellos son el problema, como lo estamos viendo, no es correcto que su porquería nos lleve al divorcio. Los catalanes siempre han merecido la estima del resto de españoles, también por parte de quienes nunca lo reconocerán. Su sociedad es considerada culta y responsable, abierta al mundo y moderna, en una bella tierra. Para nada hay en ellos motivo de ser ignorados por Rajoy, al que deben ver como lo que es: un pésimo presidente con escasa capacidad política, pero de ninguna manera la viva imagen de lo que somos el conjunto de los españoles y del respeto que tenemos por Cataluña, sin la que no nos vemos. Al final, será que a base de errores en la selección de los representantes políticos, parece que se nos ha olvidado lo principal: decir a los catalanes que los queremos y que no deseamos estar sin ellos.
Marco Ferrara, de Lausanne (VD), ha sido portavoz del PSOE Europa del 2004 al 2012