Vacaciones de verano

Como cada año, al llegar los meses del estío, como si fuera una rutina, marcho de vacaciones a la casa de Cambrils. Al llegar, después de muchos meses de ausencia, sufro una casi imperceptible desazón cuando me contemplo de nuevo en el espejo del cuarto de baño. Y es que ese azogado cristal ha guardado en sus entrañas, durante un año, la última imagen de mi bronceado rostro en un remoto otoño que percibo como un tiempo muy lejano. La desazón proviene porque en esa imagen de mi cara, que el espejo ahora me refleja, se observan y perciben las pequeñas heridas que me ha causado el tiempo en este pasado año. Al parecer, solamente envejecemos en los espejos y en la inasible mirada de las personas que amamos y nos aman.

Cuando regreso a esta casa, casi de golpe, a mi memoria vuelven los alegres gritos de los niños que viven enfrente, las risas de los amigos con los que comparto las nocturnas tertulias en el chiringuito de la playa entre sorbo y sorbo a un mojito, un hurricane o un clásico gin-tonic, los saludos de los vecinos de la calle que, como si fuera una novedad, me preguntan qué tal he pasado el año. Son como los ecos de un «Om» que desde el pasado verano quedaron suspendidos en el aire del jardín.

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Un año más, por la mañana, como si el tiempo no existiera o se hubiera detenido, veré a los niños jugando en la playa en su incesante encuentro con el agua y con las formas conque plasman sus sueños en la arena: ilusiones que serán persistentemente derrotadas por las olas. Y por la tarde, como siempre, observaré a las golondrinas que habrán vuelto a sus nidos y recorrerán afanosas el cielo engullendo y embuchándose todo lo posible con el que poder alimentar a sus hambrientos polluelos.

El nuevo verano ha llegado. Y parece que la vida se vuelve como esta casa, más diáfana, más directa, más amplia y más sincera. Levantadas las persianas del invierno, abrimos todas las ventanas de par en par para que entre la luz y para que la brisa, que llega de este mágico mar Mediterráneo, pueda renovar el aire suspendido y estancado. Le miro a los ojos al espejo y le prometo pasar un verano feliz. Será, porque, cuando envejecemos, la belleza se convierte en una cualidad interior y la mirada ante el espejo es más libre, más amplia y serena.

¡Feliz verano! Y hasta el otoño.

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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