Alegato contra la guerra de Ucrania

Desde que nuestra especie surgió en el corazón de África, el recurso a la guerra ha venido siendo, lamentablemente, un acontecimiento profusamente repetido a lo largo de la historia. Nos guste o no reconocerlo, las crónicas y efemérides de la humanidad nos muestran que la realidad de la memoria colectiva ha sido y es un océano de sangre derramada en una eterna aventura guerrera. Y es que jamás el ser humano se ha comportado como un animal de naturaleza pacífica, como tampoco lo son nuestros parientes primates más cercanos.

Todas las guerras son injustas, puesto que, en su esencia, son la salida cobarde a la resolución  de los problemas que conlleva la paz. Y, además, porque las guerras las decretan los regímenes autoritarios y poderosos, o los acaudalados y prepotentes políticos, apelando a las emociones de los ciudadanos y a un falso patriotismo con el que conducen a sus pueblos a morir en el frente de batalla y las trincheras.

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No hay guerra justa, la teoría que afirma lo contrario responde a una tradición de pensamiento que ya se plantearon filósofos griegos como Platón y Aristóteles, el jurista y político romano Cicerón, así como el escritor y teólogo cristiano San Agustín que vivió entre los siglos IV y V d.C. y cuya doctrina no dejó de ser y actuar sino como un acicate para legitimar las guerras. En todo caso, cabría preguntarse ¿Qué se puede considerar como una razón justa para iniciar una confrontación armada o guerra? Tradicionalmente, la locución latina ius ad bellum, fue el término secular manejado por el pensamiento cristiano medieval para hacer valer las razones que podían tener los imperios, reinos, ducados o condados para declarar o entrar en guerra contra otro, esgrimiendo unos criterios de justicia y legitimidad para atacar o defenderse. Sin embargo, la citada expresión, de apariencia antigua por su sacralidad latina, no fue puesta realmente en circulación hasta el período de vigencia de la Sociedad de Naciones y su empleo solamente tomó auge y se utilizó después de la II Guerra Mundial, fundamentalmente hacia finales de los años cuarenta del pasado siglo XX.

No hay guerra justa porque las nociones de rectitud e ilicitud, justicia e injusticia, no tienen lugar en las guerras. La justicia se defiende con la razón y el derecho, no con las armas, ya que cuando las armas hablan, las leyes callan. No se pierde nada con la paz y, en cambio, puede perderse todo con la guerra. Una guerra no puede ser justa si no es a la vez injusta, de la misma manera que no existe la legítima defensa sin agresión ilegítima. No existen argumentos sólidos que nos expliquen y aclaren la legitimidad de una guerra, ya que la primera víctima de cualquier guerra es la verdad y ésta suele ocultarse con mentiras que nunca pueden deshacerse, ni siquiera demostrando suficiente y fehacientemente la verdad. Un claro ejemplo fue la guerra de Irak, que ilustra sobre cómo las decisiones económico-político-militares desembocaron en un conflicto armado de primer orden que repercutió en los propios combatientes y, sobre todo, en la población civil.

Tampoco existe la guerra inevitable. Si llega, es por fallos de los gobiernos y sus dirigentes políticos. Y de las inconfesables ambiciones de algunos poderosos multimillonarios e industrias de armamento, que se lucran a costa del horror y de la muerte de los seres más débiles e inocentes que se masacran entre sí sin conocerse, para provecho de gentes que sí se conocen pero que no luchan ni se matan. Y es que la guerra siempre viene precedida de una propaganda repleta de mentiras, de odio y de gritos que, invariablemente, provienen y lanzan en los medios de comunicación la gente que no va a ir nunca jamás a luchar al campo de batalla. La televisión es hoy en día la base de la opinión pública y ha creado un mundo esquizofrénico en el que entre el individuo y lo global no hay nada. Y debido a ello, dicha enaltecida propaganda, sutil y emocionalmente utilizada, ocasiona una cruel paradoja, el que muchos jóvenes no mueran en el combate de las guerras defendiendo sus ideales, sino los ideales de otros.

Jamás una guerra, como la que ha emprendido Putin contra Ucrania, por necesaria o justificada que parezca, deja de ser un crimen. Pero, a mi entender, tampoco está exento de culpabilidad el presidente Volodimir Zelenski, animando con sus proclamas patrióticas a los jóvenes y población de Ucrania a enfrentarse y combatir a un enemigo al que actualmente no podrá vencer. Creo que no es sensata su actitud, pues solamente conseguirá que muera más y más gente inocente de manera innecesaria y la vida, como dice el coronel Aureliano Buendía en la obra de García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba, «es la cosa mejor que se ha inventado». Desde mi punto de vista, siendo la finalidad de la vida vivir, lo que hicieron con su decisión los gobiernos de Dinamarca y de Noruega en la Segunda Guerra Mundial, ante el imparable avance de las tropas alemanas de Hitler en sus respectivos países, fue conseguir salvar de la muerte a miles y miles de sus ciudadanos. Tal vez, podía haber cundido el ejemplo pues, como nos dejó dicho el humanista neerlandés Erasmo de Rotterdam, «la paz más desventajosa es siempre mejor que la guerra más justa»

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD).

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