Desasosiego


El año ha comenzado con negros nubarrones. La guerra comercial entre Estados Unidos y China, las dos grandes potencias económicas mundiales, a pesar de la débil tregua anunciada, no cesa. Y sus efectos negativos inquietan, pues afectan al crecimiento en el resto del planeta. El gigante del comercio minorista estadounidense Sears se ha derrumbado a causa del boom del comercio electrónico. El Brexit, que no ha dejado de causar desavenencias e inquietudes desde el primer minuto, aborda dentro de pocos días su votación definitiva: y en el supuesto de que el Parlamento rechace el acuerdo, el Reino Unido quedará preso en su atolladero y entrará en tierra hostil, un desconocido territorio. En España, el Gobierno busca afanosamente hacer viable su propuesta de aprobación de los Presupuestos Generales del Estado 2019. Y para ello, tal y como decía Cervantes en boca de don Quijote, «Cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras». Así negocia Pedro Sánchez con el frágil y heterogéneo apoyo parlamentario con el que llegó a la Presidencia del Gobierno. La extrema derecha ha polarizado la vida política y tras el acuerdo alcanzado en Andalucía coloca a Vox en el centro del tablero. Pero a la derecha política parece no importarle. En Cataluña, la crispación e intolerancia que se avecina en esta próxima primavera, a causa del macro juicio a los líderes del procés, generará días de mucha incertidumbre popular. Sobre todo si, como se prevé, la sentencia confirma que el sueño de muchos ciudadanos nada tiene que ver con la tangible realidad.

Hay mucho miedo latente que viene de la inseguridad provocada por las percepciones y emociones subjetivas de la ciudadanía. Y las palabras no curan. Lo simultáneo, a través de los múltiples medios de comunicación social, nos invade y cada día nuestra mente se dispersa más. Las redes sociales, como si fueran un elemento compulsivo, suscitan desconfianza y ansiedad, pues limitan la reflexión con su capacidad de modelar, tanto el mensaje como al mensajero y causan crispación entre los ciudadanos.

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Las democracias – casi la única forma de Estado verdaderamente humana que proporciona la libertad, la igualdad y la fraternidad – se tambalean en más de medio mundo. Quizás, porque cada vez viene siendo más difícil encontrar políticos que hagan bien su trabajo. No obstante, a pesar de los mediocres y hasta nefastos dirigentes que invaden los gobiernos occidentales, las democracias, al ser en sus formas prudentes instrumentos de representación de los valores de la comunidad humana, evitan, de momento, que la frustración e indignación de los ciudadanos en sus respectivas naciones y estados, produzcan fracturas irrecuperables en la sociedad, como las ocurridas no hace muchos años. En todo caso, tal vez no sea el sistema político democrático liberal quién esté evitando la cólera del pueblo, sino que la escasa respuesta ciudadana ante tanta sinrazón de los dirigentes nacionales, europeos y mundiales, probablemente sea que el pensamiento racional y crítico, en esta convulsa época en la que vivimos, retrocede en nuestra especie. Si esto es así, ¿qué tiene de extraño que terminemos siendo gobernados por populistas, neuróticos, indecentes, retrógrados y/o despóticos políticos? O, a lo mejor, tiene razón Yuval Noah Harari en su inquietante artículo Los cerebros ‘hackeados’ votan, publicado en el diario El País el pasado mes de enero, y son los poderosísimos gigantes tecnológicos los que les eligen con sus algoritmos y nuestros pirateados cerebros navegando por sus redes.

Hay cosas que extrañan y otras que se extrañan. Posiblemente porque la mayor característica de la vida actual no son solamente la inseguridad y la pobreza, sino el miedo y el desasosiego que siempre está dispuesto a que veamos las cosas peor de lo que son.

Juan Antonio Valero ha sido director de la Agrupación de Lengua y Cultura de Lausanne (VD)

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